viernes, 25 de marzo de 2011

Marrakech



Ya con todo el equipo unido y dejando de lado los madrugones de jornadas anteriores, aprovecharíamos para tomarnos un día de “campo”, caminando y visitando los pueblos Bereberes de las inmediaciones.

Como es normal, la forma de vida de muchas de sus gentes se ha visto modificada por la gran cantidad de turismo de montaña que recibe la zona, dedicándose a dar cobijo, cocinar, portear material y guiar a los muchos interesados que visitan el lugar. No obstante, tuvimos la ocasión de ver que aún queda quien vive ajeno a todo ese ajetreo, en concreto al pasar por las inmediaciones de la humilde morada de un nativo llamado Larsan, nos recibiría amablemente, invitándonos a un té, unos frutos secos añejos y ofreciéndonos una caja con almendras del solitario árbol que presidía su cobijo. Tras disfrutar de una sosegada charla, decidiríamos marchar entregándole unos dirhams por el trato recibido. El hombre, que no esperaba nada a cambio, se vería incomodado ya que según sus palabras “lo que nos había brindado no era nada para nosotros” y

se lamentaba de que no hubiera estado su mujer para ofrecernos algo más de comer. Es curioso comprobar la enorme generosidad de una sociedad de “supervivencia” como esa, en contraposición al egoísmo que domina una sociedad materialista como la nuestra. Después de tomar algo de carne en una terraza de Imlil, nos acercaríamos a otro poblado Berebere donde les daríamos a los niños las provisiones alimenticias que nos habían sobrado. Fue un tanto chocante ver el ímpetu con el que pedían algo más, una sensación extraña, hacía que te dieras cuenta de la “contaminación” que una sociedad materialmente rica provoca en otra de muchos menos recursos.

El lunes por la mañana abandonaríamos las montañas para dirigirnos a Marrakech, donde al día siguiente tomaríamos el vuelo de regreso. Visitaríamos su impresionante zoco y disfrutaríamos de una sesión de hamman con masaje incluido. Pero estamos hablando de una ciudad volcada en el turismo, en la que la mayoría intenta sacarle el máximo provecho y ello implica que te atosiguen constantemente, manteniendo una lucha en la que “cuando pueden y te dejas te la meten…”, tal y como nos ocurrió a nosotros en alguna ocasión. A pesar de ello, como visita cultural, una experiencia altamente recomendable.

No hay comentarios: